Complejo de superpotencia

 
Mientras EEUU repliega lentamente su presencia militar global y la economía arrastra a Europa por el fango, China continúa su marcha inexorable para convertirse en primera potencia mundial. Su crecimiento económico anual ronda el 10% desde hace lustros pese a que se basa en un sistema desequilibrado que permite grandes fortunas y salarios de miseria, mientras el resto del mundo coquetea con la recesión. Las grandes compañías internacionales, como Apple, mantienen macrofactorías en las ciudades del interior de China, de esas en las que se instalan redes en bajo las ventanas para evitar los suicidios, mientras Shanghai o Hong Kong viven de pleno el capitalismo de mercado. A este poderío financiero se le suma un estado totalitario y el mayor ejército del mundo pero falto de actividad. Por el momento. Pekín ve cercano el momento de reemplazar a EEUU en el puesto de primera potencia económica, un fenómeno que el Banco Mundial prevé para los próximos diez años. Pero la primacía financiera no es suficiente para los jerarcas chinos, que recelan de amplia presencia de tropas estadounidenses en su esfera de acción. Para superar ese complejo de inferioridad bélico, el gigante asiático ha anunciado un incremento de su presupuesto militar por encima del 11% este año, duplicando su gasto en defensa respecto a 2006 y en espera de volver a duplicarlo en 2015. Pekín sigue negando que se trate de una carrera armamentística, sino una necesidad nacional de cara a defender sus intereses económicos y territoriales.

 
China mira a su alrededor y enseña los dientes. Alejada de conflictos ajenos en Afganistán o Irak, la batalla para la que el ejército chino se prepara se librará en sus costas. Tras años centrando sus esfuerzos en reprimir el separatismo uigur y tibetano en su frontera occidental, la armada china centra ahora sus esfuerzos en el Pacífico, la nueva frontera crucial en la que sus intereses se encuentran directamente con los de Washington. Observando el mapa de la región Asia-Pacífico, Pekín se ve rodeada por aliados del Pentágono como Japón, Corea del Sur, Australia, Taiwan, Filipinas o Tailandia, mientras que viejos amigos como Vietnam, Indonesia o Malasia se muestran cada vez más beligerantes. Prueba de ello es el conflicto del Mar del Sur de China, en el que hasta seis países se disputan la demarcación de las fronteras. Estas aguas, por las que transcurre el 50% del tráfico global mercante, albergan reservas de petróleo y gas comparables a las de Kuwait o Qatar y el 8% de las capturas pesqueras globales. El 80% de las importaciones energéticas chinas y más de un billón de dólares en comercio estadounidense atraviesa el estratégico estrecho de Malaca. Por eso, EEUU y China parecen haber elegido este escenario como primera etapa en la lucha por la hegemonía global. Los halcones del Ejército Popular desplegaron a principio de año un contingente militar desde el Índico al Pacífico y han reclamado la totalidad de las aguas en disputa, lo que ha sido contestado por el Pentágono reforzando con tropas y armamento sus bases militares y ampliando los fondos a los enemigos directos de China en la región. Entre estos nuevos amigos de EEUU está nada más y nada menos que Vietnam, que en los setenta repelió la invasión yanqui y en los ochenta defendió sus aguas territoriales en varias batallas navales contra el imperio chino.


El futuro del Mar del Sur de China, o Mar de Filipinas Occidental, según a quién se le pregunte, puede decidir el próximo liderazgo mundial. El modelo de dominio unilateral desde Washigton podría dejar paso a otro capitaneado por Pekín o a un nuevo orden multilateral en el que las potencias emergentes pueden tener mucho que decidir. De China depende si su poderío económico se dispersará en aventuras militares como las del imperio americano. De momento, sus complejos de inferioridad militar pueden limitar el desarrollo de un país que, más que victorias bélicas, necesita urgentemente libertad política y dignidad laboral.

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