Cambio de guardia en Pyongyang



Hace pocas horas, una enlutada presentadora de la única televisión de Corea del Norte, anunció al mundo entre sollozos la muerte del Bienamado Líder, Kim Jong-il. El busto parlante aseguró que el estrafalario tirano estalinista falleció el pasado sábado durante un viaje en tren por el país. El motivo, "la fatiga mental y física que supone liderar una nación como la nuestra". Posteriormente, los hagiógrafos del régimen le han atribuído un infarto de miocardio como causa de fallecimiento, la misma dolencia de la que murió su padre, en un nuevo intento por igualar los mitos del Padre Fundador del país y del diligente hijo que le sucedió. Hasta el final de su vida, el inclasificable Kim no dejó de preocuparse por aderezar su biografía con datos inventados que alimentaran su leyenda personal y justificaran su presencia en lo más alto de la República "Democrática" y Popular de Corea. El recuerdo de su padre, héroe de dos guerras contra dos grandes imperios, Japón primero y EEUU después, ensombreció permanentemente la trayectoria de su hijo que, como nunca pudo ser nombrado Gran Líder como su padre, tuvo que conformarse con ser bienamado. Tras este eufemismo totalitario se esconde la incapacidad de un dirigente más preocupado por vicios y excentricidades que por gobernar. Más allá de su cinefilia, sus cardados imposibles y sus alzas, al recién fallecido Kim Jong-il hay que considerarlo responsable de la gran hambruna de los años noventa, en la que murieron cerca de 3 millones de personas debido a su desmedido afán de retirar fondos a la agricultura para reforzar su ejército. En el país que ha dejado a su heredero, Kim Jong-un, uno de cada cuatro ciudadanos engrosa las filas del cuarto ejército más grande del mundo, uno de cada tres ha sido arrestado, uno de cada cuarenta está en la cárcel y uno de cada cinco reconoce que al menos uno de sus familiares directos ha muerto de hambre. Todo un currículum como para ser considerado uno de los peores líderes que ha visto el mundo desde Nerón a Videla, pasando por Fernando VII.


Del próximo líder de Corea del Norte ya os he hablado hace un tiempo. Se supone que aún no ha cumplido los treinta y que en sus manos estará el botón que activa un puñado de cabezas nucleares, que ahora mismo apuntan a Seúl, Tokio y Los Ángeles. Nadie sabe nada de él y lo único que le avala es el hecho de que su propio padre le eligiera para heredar su puesto por delante de sus dos hermanos mayores. Podemos poner en duda la capacidad mental de su padre, la dudosa herencia genética que le transmite o la dureza que el propio delfín ha manifestado en sus escasas declaraciones públicas. Hace dos años lo pensé y se me puso la carne de gallina. El primer chico de mi generación ha tomado el poder en su país. La incógnita ahora es si Kim Jong-un dejará Corea en disolución, cataclismo o ruina. Por el momento, la vecina Corea del Sur ha puesto a su ejército en alerta máxima en previsión de que al heredero al trono estalinista le dé por comenzar su mandato con fuegos artificiales de plutonio sobre Seúl. Mientras tanto, sigamos echando cuentas: Gaddafi ejecutado, Mubarak vegetal, Ben Alí exiliado y Kim Jong-il en pompas fúnebres. No es mal saldo para un año, el 2011, en el que la chispa revolucionaria ha llegado a prender en la mismísima China, en el pueblo de Wukan, donde los lugareños han expulsado a la policía tras la muerte de uno de sus líderes en una carga de antidisturbios durante una protesta contra las expropiaciones agrarias. La censura de Pekín ha intentado silenciarlo, pero el clamor de la revuelta es audible más allá de sus muros. En estos momentos, los militares rodean la localidad. Si el plante acaba en masacre, como antes sucedió en Túnez, Egipto, Libia o Siria, ya nadie podrá detener la rabia de los hombres hartos de ser considerados peones en manos de reyezuelos, tiranos e iluminados. Y si no vence la rabia, volverá a reinar la barbarie.

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