Retorno al caos

Otra vez es lunes y, mientras continúa el chaparrón de malas noticias, parece que la tormenta perfecta vuelve a estallarnos en las narices. Y por muchos sacrificios que ofrezcamos a los dioses caprichosos, nada parece ser suficiente para calmar su cólera. Me explico. Las bolsas caen a un ritmo endiablado, crece el nerviosismo y los agoreros dicen ver a lo lejos una nueva recesión tras cuatro años de transitar en el desierto. Más paro todavía, más recortes sociales y menos lógica en los mercados es lo que se avecina. Más de lo mismo, sólo que en formato aún más salvaje. Es lógico, hemos dejado que el mundo financiero pruebe la carne humana y ahora ya nada puede saciarle. De nada sirve que convirtamos nuestros contratos laborales en poco más que remedos del feudalismo medieval o que renunciemos a una sanidad gratuíta, una educación de calidad o a una jubilación merecida. Incluso hemos sido capaces de permitir que mutilen al gusto de los inversores esa constitucion inamovible de la que tanto se enorgullecen los mediocres y los desmemoriados y que ya nunca más reflejará un consenso democrático.

Alguien ha decidido que nos vamos a venir abajo y nada de lo que podamos ofrecerles podrá conseguirnos una salida airosa. Quieren todo lo que tenemos y no tienen porqué ofrecernos nada a cambio para conseguirlo. La culpa es nuestra. Les dejamos legalizar la piratería financiera y ahora ya no podemos quejarnos de que nos roben la cartera, los derechos laborales, la educación y la sanidad públicas y gratuítas. ¿O acaso alguien espera que los corruptos a los que hemos entregado los gobiernos persigan a los usureros y especuladores que les llenan los bolsillos? La culpa es nuestra por no haber sacado la guillotina en 2008, cuando el primer iluminado sugirió que había que rellenar los agujeros de la banca y las grandes corporaciones con dinero de nuestros impuestos. Terminó el verano y la crisis, infatigable compañera de los últimos años, ha vuelto de vacaciones con ganas de recuperar el tiempo perdido. Bienvenidos de nuevo al caos constante en el que todos tienen la mano metida en tu bolsillo mientras gritan en tu oído pidiéndote calma. Ahora, ya sólo nos queda esperar sentados a la orilla de la playa mientras el tsunami sigue cogiendo altura antes de estallarnos en la cara. Pero no seamos tan pesimistas, que seguro que los nuevos amos nos dejan ver la tele entre latigazo y latigazo.

2 divagando:

Gaúcho disse...

Las corporaciones, todo es culpa de las insaciables grandes corporaciones. Malditos.

Anónimo disse...

Pues nada de resignación, y a pasar a la más acción. El octubre rojo se acerca!

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