Arganzuela-Guindalera


El viernes sonaron los Suaves toda la tarde en mi cuarto. Bueno, el que era mi cuarto. Mientras embalaba libros y descolgaba posters, 5 años de mi vida han pasado ante mis ojos. Muchas tardes comentando la jugada en un salón construído con ingenio y con cuatro trastos cogidos de la calle. Demasiadas madrugadas viendo series o inventando brainstormings para encontrar la idea definitiva que nos sacase de pobres. Comidas multitudinarias, huéspedes de sofá, confidencias con la china de enfrente, postales de países remotos, botellones mano a mano, horas tiradas en la azotea despejando la neurona. Y, sin movernos de la azotea, esas grandes fiestas de inesperado renombre con dj y luces en las que pusimos a prueba la capacidad de carga del edificio y la paciencia de los vecinos. Ahora ya da igual. Mi cuarto no es el mío y al fondo del pasillo no está el Piter, ni Juako, ni Berna, ni ninguno de los habitantes sucesivos de esta casa. Si vivo en Madrid es gracias a ellos y a dos dígitos: 2-26. Distrito de Arganzuela, barrio de Palos, mirador de BorderSticks donde da la vuelta el viento y al que he llamado orgullosamente hogar durante un lustro. Pero eso, a falta de varios flecos burocráticos, ya es historia. La que tocará contar a partir de ahora cuenta con un escenario distinto y nuevos personajes, a varios kilómetros al noreste del viejo hogar.


Por delante, un nuevo lugar desde al que mirar frente a frente a las nubes, encaramado sobre un barrio con solera, al sur de la Prospe rebelde y al este del Parque de Breogán, embajada oficiosa de la Galicia doliente. Entre las nuevas paredes de mi nueva madriguera, da la impresión de que no van a caber tantos recuerdos. La conexión manchego-galaico-yankee echa a andar en un mes en el que, inevitablemente, el recuerdo de ausencias e incondicionales viene conmigo, escondido en el zurrón. En una esquina de la calle Béjar, a veinte metros escasos del botellín más barato de la capital, empieza a escribirse un nuevo capítulo de una historia que comenzó hace casi una docena de años en Metropolitano, siguió por el Manzanares hasta la calle Mozart, se demoró un lustro en Arganzuela y ahora se reescribe acechando la retaguardia del barrio de Salamanca. Ya sólo queda terminar de poner orden en una tonelada de cajas y trastos. Que no me pase nada. Sólo dos nuevos dígitos, 4-44.


1 divagando:

Enric Draven disse...

Pues mira, otro cambio mas. Creo que se trata de no asustarse. Es únicamente la materialización de la evolución de la vida, no? Imagínate que en nuestra vida no cambiase nada, seriamos muertos vivientes.

Saludos amigo

Enric
PD: oh, madriz!! que recuerdos! :)

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