La verdad en tiempos de alarma

Hoy, a la una de la tarde, cumpliremos el cuarto día bajo estado de alarma. Y todavía no sabemos cuándo acabará, aunque ya hay quien prevé que se prolongue no menos de dos meses. Los militares tomaron el control de los aeropuertos, poniendo fin a la sospechosa crisis de ansiedad simultánea de los controladores de vuelo, pero de eso, hablaremos más tarde. Según el gobierno estatal, este estado excepcional sólo afecta a las torres de control de los aeropuertos, pero la sensación, en las calles y en los medios, es distinta. El temporal de lluvia, el caos aéreo y las festividades se han llevado a la gente de la calle. Sin más figurantes en la escena pública, la enorme presencia policial destaca más que nunca. En Madrid, no hay tanques ni barricadas durante este estado de emergencia, sólo controles policiales, agentes con perros y pasamontañas que esgrimen fusiles. ¿Seguirán ahí cuando volváis del puente? Wikileaks sigue goteando filtraciones que desvelan lo que sospechábamos, haciendo visible la codicia e incapacidad de los políticos de todo el mundo. Ahora que ya han detenido a Julian Assange bajo una burda excusa y que se han congelado todas las formas de financiación de la web, debe ser que los gobiernos están preocupados por la reacción ciudadana a lo que pudiera publicarse próximamente.

En España, el cerco policial comenzó por culpa de algo que difícilmente se puede llamar huelga por parte de un colectivo que poco tiene que ver con la mayoría de los trabajadores del estado. Los controladores aéreos, dueños de nóminas envidiables de cinco ceros que duplican las de sus colegas europeos, se negaron a trabajar porque consideran que trabajan demasiadas horas. Pese a tener una productividad muy escasa respecto a sus homólogos extranjeros, reclaman horarios normales cuando están enriqueciéndose a base de cobrar horas extraordinarias. Su protesta no sólo es un cobarde ejemplo de huelga tristemente encubierta por una supuesta epidemia de ansiedad gremial, sino que sirve como munición para aquellos que exigen recortar derechos laborales para seguir engordando. Los controladores, con el niño bonito de los medios, César Cabo, a la cabeza, no son compañeros de lucha de los trabajadores del Metro de Madrid, o del personal de la sanidad pública, o de los jóvenes precarios o los prejubilados. Ellos, como sucedió con los pilotos durante décadas anteriores, son un lobby que hace uso de los derechos de los trabajadores para llenarse los bolsillos. Los afectados, como siempre, somos todos los demás, entre los que hay que contar a uno de los principales sectores de la economía estatal, los hosteleros, que perderán 500 millones de euros más en una temprada desastrosa. Nadie pidió que fuéseis nuestros esclavos, hijos de puta, sólo que cumpláis con vuestro trabajo como tenemos que hacerlo todos.


Los que no faltan nunca a su trabajo son los medios, y no lo digo como halago. Ayer, 7 de diciembre, la plataforma BankRun2010 llamó a los europeos a retirar sus depósitos de los bancos como medida de protesta por su papel en la crisis. La prensa internacional y los políticos, desde los ministros de finanzas de toda Europa al propio Chomsky, no tardaron en afear esta iniciativa, tildándola de anarquista, peligrosa y destinada al fracaso. Cumplieron a rajatabla el guión. Antes del 7, los analistas de la banca privada auguraban cataclismos varios si los ciudadanos retiraban en masa su dinero. Poco después del cierre de las entidades, todos los medios al unísono han afirmado el fracaso de la protesta. Su argumento es que no ha tenido la repercusión esperada, algo que todavía no se sabe con certeza, dada la tendencia de los bancos a mentir en tiempos de crisis; otros optan por mofarse de los conocimientos financieros de Éric Cantona, pero todos ellos anuncian que la propuesta ha sido minúscula dedicándole gran espacio en sus portadas y amplios reportajes en prime time. Su insistencia es la prueba irrefutable del éxito de la protesta. Urge que la audiencia se haga a la idea de que estas iniciativas no son buenas. Para la banca, claro. ¿Quién creeis que son los anunciantes de sus medios?



Vivimos tiempos extraños. La verdad es perseguida, encarcelada o camuflada siguiendo agendas ocultas que tapan lo inexcusable para perpetuar sus beneficios. No quieren que sepamos cómo se organiza el poder, quién posee el dinero o qué derechos nos han sido recortados. No han tenido en cuenta que, una vez vistos los entresijos de su tramoya, ya nadie se cree la película que nos están contando.

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