Recomendacións diarias para un setembro agripicante



Existencialismo de marca blanca

Existen muchas actitudes y respuestas ante la muerte. La religión, la medicina y las compañías funerarias son sólo algunas de las más comunes. Pero, a menudo, la forma en la que la vida termina sirve más bien para demostrar, una vez más, el enorme absurdo que rige nuestros destinos. Todos los días, en tandas de centenares por hora, muere gente. Y algunas veces, su deceso se convierte en una broma macabra. No lo digo por decir.


Empecemos con las muertes con moraleja. Como la de Lee Seung-seop, un joven surcoreano adicto al World of Warcraft que, seis semanas después de ser despedido a causa de su nivel de vicio, murió tras jugar cerca de cincuenta horas consecutivas. Otro mártir del frikismo fue elevado a los altares hace pocos días. Christopher Kayser, un aficionado a los sucesos paranormales de Carolina del Norte, fue arrollado por un tren mientras esperaba la aparición de una locomotora fantasma. Torres más altas, como el filósofo, político y científico Francis Bacon, también cayeron por su excesiva pasión por lo suyo. En 1625, adelantándose varios siglos al sistema de conservación de alimentos en frío, se congeló en el jardín de su casa intentando comprobar si la nieve podía conservar la carne mejor que la sal. Otras tienen un regusto a refranero o incluso a parábola bíblica, como la de Tennessee Williams, ahogado con un tapón de un frasco de pastillas, o la del humorista francés Carette, abrasado en su sillón por una colilla tras quedar parapléjico y negarse a dejar de fumar. Pantagruélico fue el final del rey Adolfo Federico de Suecia, conocido como uno de los monarcas más volubles de la historia, que pasó a peor vida a los 61 años tras comer hasta morir. En su último menú, el que causó su fallecimiento por colapso digestivo, hubo lugar para más de veinte platos. Y no murió hasta después de repetir catorce veces postre. 


Algunas veces, parece producto de la propia vanidad humana, como en uno de los primeros hombres récord de la historia, el germano Hans Steininger, dueño de la barba más larga del siglo XVI, según sus conciudadanos, que se partió el cuello tras pisársela huyendo de un incendio. En el caso de George Allen, entrenador de fútbol americano, le asesinaron sus propias victorias. Un mes después de que sus jugadores le bañaran en Gatorade tras ganar una competición, le venció la neumonía. El bateador estrella de los Cleveland Indians en los años viente, Ray Chapman, fue, por su parte, una víctima del juego sucio. El lanzador de los New York Yankees, Carl Mays, embarró la bola para evitar que la batease y Chapman no la vio venir antes de que le fractrase el cráneo. En otros casos, como en el fundador de la Agencia Nacional de Detectives Pinkerton, una enorme red de confidentes y estupas que más tarde daría lugar al espionaje moderno, la ironía es más sarcástica que didáctica. Alan Pinkerton falleció de una infección tras morderse la lengua.


Hay también muertes lisa y llanamente de risa. Como la de Alex Mitchell, un británico de cincuenta años, que suscumbió a cerca de media hora de carcajadas sin poder recobrar la proberbial flema anglosajona. En el caso del tailandés Danmoen Saenunnum, la falta de aire o un ataque al corazón se lo llevaron al otro barrio desternillándose de la risa mientras dormía. En el caso de Dick Shawn, la broma parece morbosamente apropiada. Durante una actuación, a finales de los ochenta, se tumbó en el suelo boca abajo mofándose de los políticos que se duermen en el cargo. Tardaron varios minutos en darse cuenta de que nunca volvería a levantarse. La palma del humor clásico se la lleva el escapista Bobby Leach, que tras ganarse la vida lanzándose dentro de un barril a las cataratas del Niagara y realizando otras proezas en las que se jugaba literalmente el cuello, falleció tras tropezar con una cáscara de fruta en la calle. Peor todavía para el navegante galo Dumont-d'Urville, descubridor de la Venus de Milo, viajero incansable y primer expedicionario a la Antártida, y que encontró un paradójico final en un accidente ferroviario a las afueras de su París natal.


Pero mis dos favoritas vienen de Francia. La muerte del sastre Franz Reichelt habla muy claro de la tencidad y la estupidez del ser humano. Reichelt, precursor del paracaídas, inventó un traje alado para planear basado en las formas de los murciélagos y pidió a las autoridades parisinas permiso para probarlo precipitándose desde la Torre Eiffel. Tras llamar a todas las puertas, solicitar múltiples favores y convencer a ingenieros, políticos y viandantes, obtuvo el permiso oficial para lanzarse hacia la muerte una mañana de febrero de 1912. Mucho más agradable fue el fin de los días del séptimo presidente de la III República Francesa, François Félix Faure, que abandonó su cargo tras fallecer mientras le hacían una felación. Faure, por lo menos, le encontró la gracia al chiste. La vida es un absurdo, dijo Albert Camus, poco antes de matarse en un estúpido accidente de coche.



Desde la azotea, veo el mar


Agoniza la tarde entre las brasas y los vapores, mientras agosto se agota sin dar tregua. A ras de suelo, crepita el mar de asfalto del que escapan audaces viandantes. Pronto, cuando el aire vuelva a ser respirable, serán más. Justo antes de desaparecer, el sol dibuja colores nuevos en el horizonte de antenas, grúas y tejados. Lusco e fusco, territorio fronterizo del que nacen el delirio y la tiniebla. Se anticipan las alarmas ancestrales que pregonan y la luz aprovecha sus últimas fuerzas para despedirse entre promesas. Los pies, sobre el magma; la cabeza, en las alturas. Se apagan las luces. Llega la hora oscura de salir al aire.

Voltou coa marea



Dicíano esta mañá os xornais. Os mariñeiros e os voluntarios que participaron nas tarefas de limpeza da marea negra do Prestige sufren alteracións xenéticas e problemas pulmonares case oito anos despois do verquido. Os productos químicos que contiña o cru están danando a súa saúde, incrementando o risco de padecer cancro de pulmón e leucemia. De sete mil persoas que tomaron parte no estudio do Colexio de Médicos de EEUU, cincocentas una padecían afectacións no sistema respiratorio ou roturas cromosomáticas no seu ADN.

Agora lembro todas aquelas mentiras. Os pequenos fíos dos que falaba o sipaio aquil que agora quere mandar en Madrid tornáronse en 67.000 toneladas de petróleo na costa galega. O governo, tanto o de fóra como a súa sucursal en San Caetano, xurou e perxurou que todo estaba baixo control, aínda que o seu exército e os equipos de emerxencia non chegasen o Atlántico ata case un mes e medio despóis. Os primeiros en facerlle fronte o seu desastre foron os mariñeiros, seguidos de caseque 300.000 voluntarios de toda a Península que fixemos nosas tarefas pola que aturamos un governo. Moito antes de que os militares españois fixesen acto de presencia, chegou o exército belga, que quedou abraiado da escasa preocupación guvernamental pola marea negra. As labouras de limpeza e contención que tiñan que rematar en corenta e cinco días duraron máis de un ano, doce meses nos que non houbo peixe, marisco nin rianxo que levar as lonxas. 

Estoupou a carraxe en toda Galiza, e os políticos adicáronse a paliala metendo cartos nos fuciños da xente sen resolvelo problema de fondo. 415 millóns de euros que non resolveron nada e que non nos protexen dun novo Prestige, dun novo Mar Exeo, dun novo Casón, doutra desfeita propiciada pola codicia política e o desdén cara o noso povo. Agora, anos despois, comezamos a ver consecuencias. O xuízo aínda non comezou sequera, pero xa sabemos que ningún dos seus responsáveis pagará polos danos feitos. Os donos do lixo-barco, a sociedade pantasma anglo-suizo Crown Resources, unha pantalla da multinacional rusa Alpha Resources a que pertence o meirande criminal de traxe e gravata, Marc Rich, desapareceron sen dar explicacións nunha morea de avogados.

Dos responsables políticos, cabe destacar á comisaria europea de Transporte, Loyola de Palacio, culpable da inacción comunitaria contra os buques monocasco, quizáis porque o seu propio irmán traballada para a familia de armadores gregos Coluthros, armadores, mira ti por ónde, do propio Prestige. O conselleiro galego de Obra Pública, Xosé Cuiña, mao direita do daquela presidente, Manuel Fraga, lucrouse vendendo material de limpeza. O propio Fraga atopábase de cacería o día do afundimento do petroleiro, casualmente con Alfonso Cortina, xefe de Repsol, e Fernando Fernández Tapias, que posuía as empresas que cobraron da Xunta por limpar deficientemente á costa afectada, e o dono do Corte Inglés, Isidro Álvarez, que ameazou os meios con retirar a súa publicidade se daban cobertura á marea negra. Culpable tamén é o entón ministro de Obras Públicas, Francisco Álvarez Cascos, que, noutra casualidade, se atopaba na devandita cacería e ordeou alonxar o buque cando xa era demasiado tarde, contra o consello de todo o mundo, Jacques Costeau incluído.


Non  nos podemos esquecer do que era naquel tempo responsable de Interior e mao direita do presidente Aznar, Marianito "castrapeiro" Rajoy, que se encargou, xunto co Delegado do governo -máis extranxeiro ca nunca- na Galiza, Arsenio López de Mesa, de enganar a poboación día si, día tamén, para tentar tapar a súa desfeita. Todos eles merecen ir de cabeza á cadea, por beneficiarse da traxedia, por non faceren nada, por perpetuar o seu noxento colonialismo señorito e costumbrista e por roubar o pan e a saúde ó noso país e os seus mariñeiros. Mais, desengánense, coma sucederá tamén co verquido no Golfo de México, o seu diñeiro pasará por enriba de calquer intento de facer xustiza.

El general es un degenerado


Dejadme empezar con un tópico. Se suele decir que en la vida, uno termina llevándose lo que se merece. La prensa boliviana de esta mañana lo ratifica. El exdictador Juan Pereda Asbún, que gobernó con mano de hierro el país andino en el breve verano de 1978, ha sido enviado por orden judicial a un centro de rehabilitación para drogadictos tras ser arrestado en plena calle enseñándole las vergüenzas a un grupo de colegialas. Este general retirado -por la fuerza de las mismas armas que le auparon al poder- no se contentó con exhibir sus arrugadas 79 primaveras a las pobres niñas, sino que también intentó embaucar a una para llevársela en su coche, en el que guardaba un buen alijo de cocaína. En comisaría, se demostró que la mayoría de la droga la llevaba puesta. El que en un tiempo -breve- fue el jefe de Estado del país sólo acertó a negar lo evidente, tanto respecto a las drogas como al acoso y a añadir un sonrojante: "las muchachas son coquetas". Este es el final de la historia del "presidente de facto" Pereda.


Juanito Pereda vió la primera luz dos meses después de la proclamación de la II República en España, de la que su padre, terrateniente castellano instalado en las ricas minas de La Paz, siempre abominó. Al poco de dejar de vestir pantalones cortos, ingresó en el ejército boliviano. Unos cuantos años después, consiguió graduarse como subteniente de aviación y se pudo permitir el lujo, negado al resto de la población por pobreza o etnia, de completar sus estudios en Italia y Argentina. En las fuerzas armadas fue medrando en la convulsa Bolivia, gobernada por militares indirectamente desde 1935 y a cara descubierta desde 1964 hasta 1982, hasta alcanzar el grado de comandante en jefe de la Fuerza Aérea. Desde este cargo, al que llegó gracias al golpe de estado del general René Barrientos, llegó a alcanzar la confianza del que sería su mentor, Hugo Bánzer. Ambos se hicieron con el apoyo de los fascistas del Movimiento Nacional y las Falanges Socialistas, con los que, sumados al ejército voraz del general Barrientos, combatieron a la guerrilla comandada por Ernesto "Che" Guevara y formaron escuadrones de la muerte para asesinar a cerca de 8.000 opositores, mineros e indígenas. Sobre sus conciencias pesa la Masacre de San Juan, en la que se ensañaron con una población minera desarmada, aniquilando a hombres, mujeres y niños, como describe Eduardo Galeano en Las venas abiertas de América Latina. Incluso llegar a convertir al criminal nazi fugado Klaus Barbie, el carnicero de Lyon, en delegado de marina de un país sin mar para evitar que fuese juzgado.


No contentos con el nivel de barbarie, Bánzer y su secuaz Juanito Pereda arreglaron una muerte conveniente para Barrientos, haciéndole desaparecer en circunstancias poco claras mientras viajaba en su helicóptero. De este modo, su padrino llegó al poder y nuestro protagonista fue nombrado ministro del Interior, colaborando activamente en la implantación del Plan Cóndor en su país, al que empobrecieron vendiendo sus minas a precio de saldo a compañías inglesas, australianas y yanquis que obtenían carta blanca para reinventar el esclavismo. Dinerito de la CIA y carniceros locales. Pasó igual en Argentina, Uruguay, Chile, Paraguay y Brasil durante más de dos décadas. Las cosas marchaban bien para el "presidente de facto" y su delfín, hasta que Bánzer decidió darle una oportunidad al muchacho y postularle como candidato en unas elecciones presidenciales medianamente legítimas. 
 

Pereda vio aparecer una oportunidad única y decidió no dejarla escapar. Fundó el Partido Único Nacional -nadie le explicó demasiado bien que era eso de unas elecciones libres- y urdió tamaño fraude electoral que su mentor se vio forzado a anular los comicios por el bochornoso espectáculo ofrecido. Nuestro entrañable Juanito no podía creerlo. Su padrino, su maestro en las artes oscuras de la tiranía, le había abandonado. Se había ablandado, imaginó, ante las protestas internacionales y las manifestaciones populares. Y Pereda tenía un remedio perfecto para calmar las protestas. El 21 de julio de 1978 volvió las armas contra su creador, apoyado por los falangistas y el sector más radical de la armada boliviana. El sexagésimo sexto presidente -de facto- de Bolivia fue tan breve como su inteligencia y no duró más de cuatro meses. Otro general, Padilla Arancibia, derrocó su gobierno, al que los historiadores definieron como endeble y violento, para iniciar una complicada transición democrática que llevó al restablecimiento de la República en 1982. De su tarea de gobierno sólo cabe destacar una iniciativa, la de atraer importantes narcotraficantes a las plantaciones tradicionales de coca, fundando uno de los primeros narco-estados de la historia.


Derrocado por sus hombres y abandonado por la aristocracia criolla, se refugió en Santa Cruz de la Sierra,  como buen hijo de indiano, para llevar una vida cómoda, aunque llena de zonas oscuras. Y de Juanito Pereda poco se supo hasta ayer mismo, salvo sus vínculos con el narcotráfico, como negociante y como consumidor, y su gusto por las jovencitas. Todo ello ha quedado expuesto bajo la luz pública. Uno de los más execrables asesinos que ha gobernado Sudamérica nunca ha sido juzgado por sus crímenes contra su pueblo, sino que lo será por su tendencia a exhibir sus genitales bajo los efectos de la coca. Llamadlo justicia poética, karma o enorme ironía. Llamadlo como queráis, a mí me gusta. Mejor eso que verles languidecer cómodamente en sus camas, acostados sobre miles de cadáveres sin rostro.

L'esprit de l'escalier



El otro día me preguntó un imbécil: "¿Tú crees que los criminales son de derechas o de izquierdas?". En el momento no se me ocurrió nada ingenioso que contestar, así que, dejándome llevar por el viejo tópico, respondí preguntándole, desde su propia experiencia, por la orientación política de los idiotas. La réplica idónea a semejante cuestión me llegó mucho más tarde, como casi siempre, gracias a algo que los galos llaman l'esprit de l'escalier. Los grandes ladrones, los asesinos más sanguinarios, los estafadores sin escrúpulos, los traficantes de género múltiple y los depravados más recalcitrantes, hay que buscarlos muy arriba. Dirigen multinacionales, grandes despachos de abogados, archidiócesis, bancos, lobbys de presión, partidos políticos, escuadrones de mercenarios y medios de comunicación de masas. Ellos ya tienen el poder y de atribuirles una ideología, me niego a otorgarles el digno anarquismo de los corsarios. Ellos están atrincherados en sus privilegios con tanta fuerza que da incluso rubor llamarles conservadores. Yo creo que más que absolutistas, son feudales. Decidan ustedes mismos si eso es izquierda, derecha o cualquier otra etiqueta de moda.


Nómadas


En pleno siglo XXI, es complicado imaginar que existan todavía maneras de vivir ajenas al modo occidental y la civilización basada en sueldos mensuales, facturas, leyes, iglesias, webs porno, hipermercados y escuelas. Más todavía si descendemos a principios tan básicos en nuestra sociedad como el hecho de construir vivienda permanente y establecerse. El sedentarismo, dicen los manuales de historia, dio al hombre espacio y tiempo suficientes para poder prosperar y distinguirse definitivamente del resto de las fieras. Sin embargo, el hombre se las ha apañado desde el inicio de los tiempos para contradecirse, para disentir del camino que él mismo ha trazado. Incluso del ritmo supuestamente evolutivo de su historia, del taparrabos al traje, del mamut a la comida rápida y de los ancianos de la tribu a la wikipedia. De este modo, venciendo su natural tendencia a erradicar lo diferente y contra todo pronóstico, el hombre continúa siendo nómada. Y no solamente en lo profundo de la selva tropical, sino en la mismísima Europa.



Automáticamente, hablar de pueblos errantes en el viejo continente trae a la mente dos ejemplos: judíos y romaníes. En la actualidad, ambos son pueblos asentados, en menor medida en lo que se refiere a los gitanos, por su condición de persona non grata en muchos países mediterráneos y su secular arraigo en la periferia urbana. Pero, escarbando un poco, es posible descubrir incluso en el mismo territorio de la Unión pueblos nómadas que hacen uso de las ventajas del Espacio Schengen sin necesidad de pasaporte. Lo que la sociología llama etnias peripatéticas persiste hoy día en las mismas narices de la burocrática y aseada Bruselas. Sintis en Alemania, romas en el sur de Europa, Reino Unido e incluso Finlandia, tártaros en Rusia, cosacos en Ucrania, reisendes en Noruega, yeniches en Baviera, Suiza y Austria, mercheros o quinquis en España. Todos ellos nómadas, todos ellos fuera de nuestro adorado progreso. Uno de los ejemplos más genuinos de lo que supone este fenómeno de anacronismo social son los pavee, también conocidos como irlandeses errantes o pueblo viajero. 


Trescientos mil de ellos continúan recorriendo los caminos en Éire, Gales, Inglaterra e incluso EEUU y Canadá, llegados desde Galway hasta ultramar. Nadie conoce el origen de su peregrinación a ninguna parte, ni el significado de su idioma, el shelta, llamado gammon en gaélico y sencillamente the cant -la jerga- para los anglófonos. Los libros consideran muy probable que provengan de campesinos irlandeses desposeídos de sus tierras tras la invasión inglesa de la Isla y su colonización a base de importar labriegos sajones. Algunos acusan al propio Oliver Cromwell de dejarles en la cuneta en el siglo XVII, aunque su lengua ininteligible ya existiese cuatrocientos años antes. Desde entonces, estos hombres itinerantes vagan en busca de fortuna, viviendo, como muchos otros nómadas en todo el mundo, del comercio de chatarra, la artesanía y el cuidado de los animales que les acompañan. Del mismo modo, la marginación por parte del mundo avanzado les afecta aún a día de hoy. Todavía existen en algunas localidades carteles que les prohíben el acceso a determinados lugares, cuando no a pueblos enteros. 


Pero, pese a los escasos cambios en la tolerancia de los sedentarios hacia sus costumbres, los pavee continúan viviendo en el camino, luchando contra la exclusión, la falta de recursos y una alarmantemente escasa esperanza de vida. Mientras un europeo medio tiene por delante unas siete u ocho décadas, la mitad de los irlandeses errantes no supera los 39 años. Y aún así, siguen adelante, como el resto de pueblos nómadas, tras casi dos milenios de historia dándoles la espalda. Leyendo nuestros periódicos y recapitulando las barbaridades con las que hemos llenado nuestros libros de historia, cuesta aceptar que son ellos los salvajes. Quién sabe, puede que la próxima crisis nos lleve a todos a retomar la senda ancestral que lleva al perpetuo viaje hacia Poniente. Siguiendo el camino del sol hacia tierras más verdes, desafiando la línea del horizonte y dejando atrás los castillos de humo y asfalto.

Inesperada mañá de agosto con sorriso de fondo


Esta xa non é a cidade que eu coñecín. Non mudaron as rúas, nin os xestos metálicos nin sequera o ateigado bulir do tráfico. Pero iste vrán semella que todo o meu redor decidiu mudar de golpe sen que ninguén máis se decate. Madrid ergueuse hoxe engalanada co arrecendo da herba recén cortada e a pedra húmida pola choiva. A paisaxe da tristura tórnase ós meus ollos nun chiste privado, nun regalo de cumpleanos adiantado un mes. Diredes que é cousa miña, que levo tempo demáis nesta capital de ningures tanteimuda en se vestir de cemento e perdín o pouco sentidiño que me quedaba. Pode ser. O que eu sei de certo é que iste non é o meu acostumado mes de agosto, pola choiva que venceu o calor sahariano, por voltar a escoitar o balbordo dos paxaros vencendo ó do tráfico, pola sinxela ledicia que percorre de súpeto as rúas sen motivo aparente, por non me sentir só nin nas noites máis baleiras, polos fins de semana con ameixas, gnocchis e viño branco sen saír da casa e o arrecendo engaiolante duns rizos achinados. Outro vrán foi posible, e foino hoxe pola mañá. Morta á rutina, todo semella novo, todo está aínda por facer. Esta xa non é a cidade que eu coñecín. Agora, xa é a cidade que, ó mencer, garda unha sorriso segredo para os seus hóspedes inesperados.


Radiohead - No Surprises

La guerra de nunca acabar


Esta madrugada, una declaración del presidente de EEUU, Barack Obama, ha llamado poderosamente mi atención. "La guerra en Irak ha terminado"-afirmó- "nos retiraremos el 31 de agosto, como estaba previsto". A cualquiera hubiese pasado desapercibida semejante reiteración rutinaria del calendario de salida de las tropas de ocupación estadounidenses, salvo por un detalle. ¿La guerra de Irak ha terminado? ¿Estamos seguros de ello? Para los que estuvimos indirectamente implicados en el conflicto, como manifestante antibelicista en las calles de un país ocupante, esta sencilla frase de Obama remueve algo doloroso en nuestro fuero interno. Aquellos días en los que medio país se echó a la calle contra el "trío de las Azores", en los que aprendimos a situar en el mapa la resistencia insurgente de Fallujah y la barbarie de Abu Ghraib, vuelven siete años después a recordarnos nuestra derrota. La guerra siguió adelante, sin que pudiésemos detenerla, llevándose por delante la vida de un millón de irakíes y cuatro mil soldados yankis. Ahora, Obama dice que todo ha terminado, aunque, tras la retirada, más de 50.000 efectivos de su ejército permanecerán en el país.



Algunos habíamos asumido que la invasión de Irak comenzó el 20 de marzo de 2003, pocos días después de que medio mundo saliese a manifestarse en contra, y continuaba desde entonces, pero habíamos dado por buena la afirmación del exalmirante en jefe, George Bush, cuando anunció el 1 de mayo de ese mismo año que su misión había sido cumplida. Pese a la resistencia civil a las tropas ocupantes, asumimos la derrota del pez chico ante la enorme maquinaria bélica de los renegados de la ONU. Se celebraron elecciones, las minorías retomaron ciertas cotas de poder, se aprobó una constitución, Saddam fue ahorcado por el nuevo gobierno y cada día se volvió cotidiano contar las bajas de la guerra civil soterrada en Mesopotamia. Todo ello bajo la tutela rifle en mano de los "invitados occidentales". 



Ahora, siete años, cuatro meses y catorce días después de la invasión, Obama anuncia desde su impostada superioridad moral que todo acabó para poder centrar su dinero y sus marines en ahogar Afganistán en más y más campos de amapolas. Justo en uno de los momentos más delicados del nuevo régimen irakí, incapaz desde hace cinco meses de decidir una coalición de gobierno, y en uno de las etapas más cruciales de la ofensiva de la OTAN contra los talibán, diezmados cada día por la nueva deserción de un aliado sobre el terreno -ayer fueron los holandeses, algún día se retirarán los "soldados de paz" enviados por Zapatero. Precisamente la misma semana en la que la justicia española ha decidido volver a juzgar a los soldados yankis culpables de asesinar a José Couso por hacer su trabajo. Todo cuadra visto desde el prisma más macabro, pero no consigo entender su sentido. ¿Es que ya terminaron de robar todo el petróleo? ¿O es que los 736.000 millones de dólares que ha costado la "operación" ya han sido suficientes? 

 
Pasan los años, nos volvemos más cínicos, pero no olvidaremos jamás quién fue quién aquella primavera de 2003, quién juró que existían armas de destrucción masiva, quién contribuyó con su silencio y quién hizo lo que pudo por detener la barbarie. Por obra y gracia de Obama, magnánimo y contradictorio Premio Nobel de la Paz, tenemos permiso para lamer ya nuestras heridas en pacífica postguerra.
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